Me fui a llorarles a todos, no tuve reparo y acabé contándole mis terribles penas a gente que ni siquiera conocía.
Me vi llorando en calles, frente al mar y de cara al asfalto y ladrillos con paciencia infinita. Lloré en habitaciones azules, rosas, blancas y moradas. Lloré, lloré tanto que me desgasté. Irrité mi cara y enrojecí mis ojos de tal manera que me estorbaron las pestañas y todo lo que no era pena.
Lloré tanto que no podía seguir. Lloré de tal manera que a finales de agosto no me quedó más que dejar de hacerlo. Lloré, y con ello se me fue el sueño y vino un dolor que llegó a convertirse en la más fiel compañía de los últimos meses.
Lloré y le eché. Y al dolor también.
Por eso, puestos a hablar de responsabilidades, acata la tuya de una puta vez y entérate de que no eres tan bueno como crees.
Se te hace cuesta arriba estar a mi nivel.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡OLÉ!
ResponderEliminar