sábado, 1 de agosto de 2009

El fin es sólo un comienzo más


Las normas de cortesía me invitan a comenzar con un hola, buenos días, buenas tardes, bonita madrugada, me gusta tu pelo, me muero de ganas de echarte de mi vida de forma definitiva y lo terminaré haciendo.

Sí, eso dicen las normas de cortesía. ¿Pero qué le voy a hacer? Prefiero ceñirme a mis propios métodos de presentación.

Me he planteado comenzar por el fin, por ese momento en el que estoy rodeada de familiares, amigos y gente que va por compromiso a verme.

Los veo a todos, sentados en sendos bancos, porque sí, dudo mucho que en ese momento se respete mi voluntad y me hayan llevado al sitio en el que con 13 años afirmé que tendría lugar tal acto. Están ahí, multicolores y mustios, apagados porque muchos ya no tienen batería y otros andan fuera de cobertura.

Siempre fueron como móviles, estuvieron cargados hasta que olvidé darles energía y muchos terminaron muriendo, como aquel Siemens M-55, que después de tres años de servicio decidió abandonarme el verano en el que mis humildes posaderas tuvieron, por primera vez, opción de pisar la cárcel. No he cuidado a mis móviles demasiado, sentía debilidad por ellos los primeros días y después no tenía reparo en dejarlos apartados en cualquier mesa o sillón. No fui dependiente de ellos.

No lo fui.

Sin embargo, las pocas veces que les permitía gritar con sus chillidos desaforados y ansiosos recurrí a ellos… Te busqué, móvil, en el sillón, en la encimera, en la mesita de noche, debajo de la cama… Te encontré.

Os encontré.

No quiero que mi funeral se celebre en una Iglesia, no quiero que la gente llore ni lamente cuánto han perdido con mi huída hacia quien sabe donde, quiero uno de esos funerales al estilo americano. Los quiero a todos sentados en un salón, lleno de fotos de músicos, lleno de música, de vida, de gente corriendo y riendo mientras cuentan los chistes que me hacían reír.

Quiero que suenen los Beatles.

Quiero oler el café de los molinillos y que la gente invente recuerdos sobre lo mucho que me gustaba sentarme en la terraza de aquella vieja cafeteria frente al muelle de los deseos en el que decidí abandonar aquella vida mísera y poco productiva en la que me había encomendado.

Jamás estaré en un muelle de los deseos. No existe. No lo inventaré. No.

No quiero una muerte dulce, dudo mucho que exista algún tipo de muerte que no sea demoledora. Quiero, que cuando la muerte venga a visitarme, no me lleve al sur, donde dijeron que nací, quiero que me dejen donde esté, porque será el lugar que habré elegido para descansar.

Quiero que, en mi funeral, haya café.

Bienvenidas/os a este blog…

1 comentario:

  1. Y yo sigo diciendo que me gusta como escribes, aunque te empeñes en decir que no escribes bien!

    1 Besazo!

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Pensamientos absurdos