domingo, 2 de agosto de 2009

Pasen y vean


El circo humano (Volumen I)


Las circunstancias la arrastraron sin pudor al adiós y ella no dudó en aceptar su nueva situación con una sonrisa.

Pensó tantas veces en el momento en el que se despedirían, en el que él se quedaría varado en aquella estación de tren esperando que ella volviera mientras agitaba incesantemente una pancarta en la que rezaba el halagador eslogan publicitario “El frotar se va a acabar”.

Acuchilló el suelo de su ego durante varios meses, los justos para que él se resarciera y tuviera un pilar más sobre el que sustentar su egoísmo, trabajado durante años de forma incansable junto a su autoconcepto, elevado y poco ajustado a la realidad.

Se miraba en el espejo y creía ver el sol en su pelo, cada vez más nevado y cercano a la cima de sus pies. Ella se limitó a halagar y adular lo justo para que el le rindiera la atención que tanto anhelaba.

-No te vayas.
-No te quedes.
-Quédate.
-No te quedes.

Las contradicciones volaban sobre aquella despedida y a ella cada vez le pesaba menos coger ese tren. Para entonces, un grupo de personas se había agolpado junto al vagón y miraban expectantes cómo se resolvía la escena.

Los comentarios comenzaron a surgir sin preocupación alguna y mientras ella se daba la vuelta para subir al tren oyó las conspiraciones de los que hasta entonces habían sido público y parte de aquel adiós.

Volvió a bajarse del tren por un segundo y les pilló bromeando sobre el asunto, quitándole importancia a lo que le traería la tan ansiada felicidad: Despedirse del ego del ectoplasta para volver a encontrarse con el suyo.

Olvidado.

Anhelado.

Suyo.

Fue en un momento, cuando descubrió que todos ellos eran actores de pésima calidad, cuando notó que los hilos que hasta ahora la habían atado y manejado se iban soltando poco a poco, que no había estado tan ligada como creía y que no le pesaba sucumbir a la libertad que ahora comenzaba a imperar en su vida.

Se subió al tren y planeó no hacer nada durante un tiempo, quién sabe si algún día volvería a esa estación y sería ella quien manejara ciertos hilos…

Al fin y al cabo, una parte de ellos dependía de su voluntad.

El circo humano (Volumen I)

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Pensamientos absurdos