martes, 18 de agosto de 2009

La catenaria indiscreta


El circo humano (Volumen V)


Las horas seguían transcurriendo lentas en el vagón infernal y el frío comenzaba a mezclarse con el calor humano que componía aquella extraña expedición.

Las lágrimas de Ella se derramaban sin dificultad entre los murmullos irrisorios de los extraños pasajeros del vagón del circo humano y no fue hasta que la chica de la pipa marrón que se sienta en el viejo sillón marrón la invitó a parar cuando se decidió a hacerlo.

Analizaron fríamente todos los pormenores de su angustia y decidieron seguir odiando al Ectoplasta en silencio hasta que se dieron cuenta de que él era la hemorroide más dolorosa.

No merecía odiarle en silencio. No merecía gritar cuánto daño le había hecho.

No merecía nada de eso.

Las ruinosas vías insinuaban traqueteos molestos y Ella comenzó a sospechar sobre la legalidad de aquel sistema ferroviario. Precipitó su cabeza por la ventana y vio que la catenaria no gozaba de la estabilidad y la firmeza de la que debería.

Era vieja, sinuosa y se balanceaba con un descaro acongojante sobre la vía del tren. En sus múltiples movimientos se acercaba en su lejanía a la cara de Ella.

No se llegó a apartar, por momentos sentía cómo susurraba a través del tiempo todo aquello que necesitaba oír.

La catenaria era otro capricho más de Ella, acostumbrada a buscar señales y sonidos indiscretos por doquier encontró en ella una vía más para acercarse a todo lo que no alcanzaba a comprender.

Le producía la misma paz que había desterrado en el momento en el que recogió el primer caramelo de vainilla de las manos del Ectoplasta sucumbiendo a su sonrisa pícara y descarada.

La catenaria fue otra aliada más en su viaje, mientras susurraba palabras en silencio que el viento se dedicaba a gritar en sus oídos decidió no volver a humedecer sus ojos por nadie que no mereciera un golpe seco en la mesa para frenar sus historias nunca contadas.

Esta vez no hubo frenazo, por primera vez deslizó sus dedos sobre la ventana para mimetizarse con el viento y frenó sus ansias de bajar del tren observando los gritos de la catenaria.

Todo seguía tal y como lo había dejado.

El circo humano (Volumen V)

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