martes, 11 de agosto de 2009

El saludo silencioso


El circo humano

(Vol. III)


Al despertar del sueño en el que había sido sumida tras aquellas palabras de la neogótica con moñetes al estilo japo se incorporó en su asiento y volvió a mirar por la ventana. Ya era de día y la luna seguía atentando contra los rayos del sol en un combate sin precedentes.

En ese momento, cuando contemplaba la lucha incesante de ambos se planteó lo miserable que había sido ese viaje hasta el momento; por más que pensaba no encontraba un solo recuerdo que no estuviera ligado a la desconfianza y a movimientos de cejas que se levantaban tras frases inacabadas.

Volvió a planteárselo, por mucho que quisiera, y a pesar de todo lo que desconfió de él, había sido muy feliz durante esos meses. Consiguió mirar los caramelos de vainilla de otra forma y comenzó a guardar todos los que encontraba en tiendas en una pequeña cajita custodiada por los recuerdos de un futuro que aún no había llegado.

Era inevitable sonreír mientras pensaba en el Ectoplasta, era inevitable no pensar en él y sonreír. Justo en el momento en el que Ella comenzó a esbozar una sonrisa un golpe seco y dado con una maestría jamás vista hasta entonces golpeó su nuca.

El sonido fue tan fuerte que todos los que viajaban con Ella repararon en su presencia y sintió la presión ilimitada que en ese momento le imponían los demás insistiéndole en silencio para que se volviera e increpara a quien la había sacado de sus ensoñaciones matutinas.

Se giró poco a poco como si fuera un giraluna sintiendo cómo los rayos de la misma (que para entonces, ya había ganado el combate) la instaban a dar un giro lento y acompasado para descubrir quién había osado despertarla de los sueños que la atrapaban.

La encontró allí, sentada en un sillón viejo fumando una pipa. Impasible ante el paso del tiempo y desafiante en su mirada. Era capaz de retar a todos los que se acercaban a ella con el único fin de demostrar lo valiosa que era y cuánto la podrían llegar a necesitar todos los que osaran acercarse a su esencia.

-Deja de hacer el tonto. Se te pone cara de lerda cuando sonríes y piensas en él.
-Tú eres…
-¿Y tú?
-Yo soy Ella. ¿Tú?
-¿Te importa?
-Sí.
-La chica de la pipa marrón que se sienta en el viejo sillón marron. ¿Te parece bien?
-No.
-Me da igual.

Era tan insolente en sus respuestas que llegaba a intimidar, sin embargo, en ella vislumbraba lo que hasta entonces no había visto en nadie más, era la mejor confidente que había tenido en años, pues nadie como la chica de la pipa marrón que se sienta en el viejo sillón marrón podría comprenderla.
Decidió que se quedaría sentada mirándola y observando todo lo que decía, grillos incluidos. Quién lo iba a decir, terminaría aprendiendo mucho más de ella que de cualquier otra persona que fuera subida en ese tren.

Acrecentó su cariño por la chica de la pipa marrón que se sienta en el viejo sillón marrón cuando esta se acercó a sus dolencias y comenzó a odiar al Ectoplasta con la fuerza y el vigor con los que sólo Ella podía odiar.

Mientras tanto, el tren frenó de tal forma que ambas cayeron al suelo y pudieron ver cómo los demás, atados por sus cinturones de cadenas hechas por eslabones de hipocresía, se reían descaradamente de sus respectivas torpezas.

Nadie de aquellos que reían a carcajada limpia mostrando sus grotescas fauces presentía que en el fondo, ahora las dos tenían el poder. Ella estaba satisfecha.

Ella había conseguido la mejor compañera de viaje.

Volvían a sonar los rayos de la luz de la luna.


El circo humano (Volumen III)

1 comentario:

  1. ESTOY EMPEZANDO ESTO Y LA VERDAD TODAVIA NO TERMINO DE LEER EL CIRCO HUMANO PERO VOY A LA MITAD, ME PARECE BUENO, Y RESPECTO A TU PRIMER POST TIENES TODA LA RAZON PARA QUE TANTOS MODALES SIEMPRE TERMINAMOS SACANDO EL COBRE... SALUDOS DESDE MEXICO.

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Pensamientos absurdos